martes, 25 de agosto de 2009

CAPERUSITA ROJA. (CAMBIO DEL MARCO DE INTRODUCCION).

Erase una ves un pueblito hermoso llamado caperuza roja, en este pueblo vivía una niña muy hermosa que nació el mismo día en que fundaron el pueblo, por esto la tía de la niña, su única familia, decidió llamarla caperucita roja, en honor a su pueblo, pensando que la niña iba a ser la gran ilusión de todos los habitantes de este lugar.

Caperucita podría ser muy hermosa, pero aparte de eso era una jovencita muy fastidiosa, odiosa y antipática que le encantaba molestar a todo el mundo, muchos decían que era capas hasta de matar, tanto así que reflejaba en su rostro una sensación de malicia y perversión.

Un día su tía, ya cansada de tener que aguantársela, contrato al lobo mas malvado del pueblo y le pidió que acabara con ella, pues la maldad de la niña estaba acabando poco a poco con su paciencia.

Ella le dijo: -¿lobo me ayudas?
Y este le contesto: -umm claro que yo te ayudo, pero tú crees que esto va hacer así de fácil, ¿que le vas a decir a la malvada para que se lo crea?-.

-tranquilo, ya tengo todo planeado-, exclamo la tía con un tono de vos irónico. Le dije que su abuela estaba viva y es verdad, yo no se lo había dicho, pero con esto me puedo librar de ella y también que vive al otro lado de la aldea, la alenté para que la fuera a buscar, además le dije que estaba enferma y que así ya no estaría tan sola. –Ja, ja, ja- sonrió el lobo… ¡si que eres inteligente!

Al día siguiente la niña mas malvada de todo el pueblo partió en busca de su abuela con una canasta de pequeños obsequios que tenia para ella, parecía que ya no fuese esa niña mala sino una humilde y tierna pequeña. A partir de ese momento empezó el caos para caperucita roja.


Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó.

- ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo.
- ¡Buenos días, lobo!
- ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo.
- A ver a la abuela.
- ¿Qué llevas en tu canastillo?
- Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.
- Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
- Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja.

El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo:

- Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean; sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!

Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la puerta.

- ¿Quién es?
- Soy Caperucita Roja, te traje torta y vino; ábreme.
- No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo estoy muy débil y no puedo levantarme.

El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.

Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores, y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío, qué miedo siento hoy".

Y dijo :
- Buenos días, abuela.
Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada en la cabeza, y un aspecto extraño.

- Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
- Para así, poder oírte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
- Para así, poder verte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
- Para así, poder cogerte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué boca tan grandes y tan horrible tienes!
- Son para comerte mejor.

No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.

Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar, no vaya a ser que le pase algo".

Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la cama, vio tumbado en ella al lobo.
- Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! – Dijo -; hace tiempo que te busco.
Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía. Así es que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio otros cortes más y saltó la niña diciendo:

- ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre del lobo!
Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi sin respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se mató.

Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y además no es nada bueno desobedecer."

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